El 3 de diciembre celebramos el Día del Médico, una fecha clave para resaltar y destacar el rol clave de la profesión en la instituciones y equipos de salud.
Encontramos un recurso que nos llevó a reflexionar y supo plasmar en palabras lo que pensamos y sentimos.
Una carta del Dr. Alberto Agrest, autor de los libros “Nuevas reflexiones inexactas de un observador médico” y "Ser médico ayer, hoy y mañana", entre muchos otros títulos.
La carta se titula: Ser Médico, ayer, hoy y mañana.
“Ayer, mi ayer al que me referiré es el año 47 (del siglo XX por si hay dudas) en el que me gradué, ser médico significaba entonces haber adquirido los conocimientos teóricos en la facultad y los conocimientos prácticos y destrezas en los hospitales. Los interlocutores válidos eran entonces los pacientes y los colegas; los ingresos honorables eran los que abonaban los pacientes privados y los relativamente bajos salarios hospitalarios a los que recién se accedía después de largos años de trabajo honorario como concurrente por lo general por unas 3 a 4 horas de trabajo diario. El resultado de esos ingresos era lograr una vida de clase media, media o alta, gozando del respeto de la sociedad y el afecto de los pacientes y de sus familiares.
Estar al día en los conocimientos en esa época exigía pocas horas de estudio diarias, alcanzaban las revistas de publicación mensual o bimestral y los libros que demoraban 2 o 3 años en editarse a pesar de lo cual se los podía considerar actualizados si estaban en inglés o francés, las traducciones al castellano demoraban todavía 1 o 2 años más no obstante lo cual eran considerados actualizados por gran parte del cuerpo docente. Quedaba tiempo para la lectura culta: novelas, cuentos, ensayos, historia y un poco de filosofía y con la lectura tiempo para la reflexión mientras la página abierta esperaba que volviéramos a ella.
Evidentemente el conocimiento médico avanzaba a pie y con paso de paseo. Los médicos podían ser clínicos y cirujanos y abarcar varias especialidades. Para los clínicos la experiencia, conocimientos basados en evidencias demostrativas observacionales sólo se lograba por la anatomía patológica o el laboratorio y se adquiría con los enfermos hospitalizados, estando a cargo de 6 camas en las que los pacientes solían estar internados 1 o 2 meses y frecuentemente mucho más tiempo.
Los consultorios externos y las guardias nutrían una experiencia mucho más numerosa pero también con evidencias muy pocas veces demostrativas excepto las que iba dando el tiempo. Una suerte de protoevidencia era el “anda bien”.
La tarea médica era la de curar, aliviar o confortar, la prevención era tarea de los higienistas. Quedaba tiempo para la investigación que se realizaba por el deleite de crear conocimiento sin ninguna retribución por ese trabajo.
En la década del 50 el salto de Newton a Einstein comienza a verse en la vida diaria. Los efectos de las fuerzas inversamente proporcionales a los cuadrados de las distancias se sustituyen por energías directamente proporcionales al cuadrado de las velocidades para llegar a hoy cuando estamos cada vez más cerca de lo que está lejos y cada vez más lejos de lo que está cerca.
"...Estamos cada vez más cerca de lo que está lejos y cada vez más lejos de lo que está cerca"
El progreso exponencial del conocimiento y la velocidad de acceso a la información con un retroceso apenas aritmético de las capacidades (si se es afortunado), a lo que se agrega una reducción del tiempo disponible para la información, una multiplicación del número de pacientes para cubrir necesidades económicas y en consecuencia menor tiempo para cada paciente ha puesto a enorme tensión la relación del médico con el conocimiento y con los pacientes. La menor relación con el conocimiento se ha canalizado en la especialización, en la subespecialización y ya en la sub sub especialización mientras la tensión de la relación con los pacientes ha provocado una fragmentación y ruptura de la misma.
Por otra parte el médico se ha colocado, o ha sido colocado a la cabeza de la prevención. El resultado es que ser médico hoy es muy diferente que haberlo sido antes y seguramente muy diferente de lo que será en un futuro nada lejano.
A la responsabilidad ética de antaño con la propia conciencia, se le ha sumado la responsabilidad legal de hogaño con pacientes hostiles estimulados por abogados y se le añadirá la responsabilidad económica mañana, mañana que ya es hoy, demandada por gerentes que en lugar de estar perplejos ante los elevados y hasta inalcanzables costos de ganar meses o días de sobrevida están ocupándose de utilizar los aportes de los afiliados en actividades más lucrativas o convertir a sus afiliados en clientes de otras actividades paralelas de las empresas.
A su hábito tradicional de enfrentar los problemas activos de un paciente concreto se le ha agregado enfrentar problemas probabilísticos y al futuro siempre incierto la prevención le demanda más acciones destinadas a defenderse de presiones sociales o judiciales que acciones sensatas que valoren la importancia para cada paciente en particular.
La investigación que requiere recursos técnicos costosos y una organización casi industrial y empresarial ha reemplazado el deleite por un duro esfuerzo por satisfacer un rendimiento científico y económico que justifique las inversiones y el estipendio de los investigadores. Mientras tanto gran número de investigadores clínicos se han convertido en agentes cuya misión es conseguir pacientes para los estudios que requiere la industria médica.
El tiempo de la lectura culta parece haberse esfumado y nada en el continuo devenir de palabras e imágenes espera nuestra reflexión substituida debido a la presión del tiempo por alguna idea relámpago.
Ayer, hoy y mañana no son sólo cambios cronológicos sino cambio de pautas culturales, sabemos que no podemos detener el tiempo pero creemos ingenuamente que podemos defender de la erosión las pautas culturales que hemos creído dignas.
El médico vivía la pauta cultural de la entrega generosa y la sabiduría que hoy debe cambiar por la pauta de la efectividad y la eficiencia. El esfuerzo debe ser conciliar ambas culturas y el desafío es cómo hacerlo.
Siendo éste un Congreso de Salud y esta reunión sobre la pauperización de la medicina quisiera referirme a qué ha hecho la medicina para reducir la pobreza y qué ha hecho también para contribuir a ella.
Reducir la pobreza se consigue aumentando la riqueza y debe entenderse que la salud es una de las formas de la riqueza de las poblaciones. Así como existe una línea de pobreza digna existe una línea de salud digna debajo de esa línea el estado de salud es indigno, es indigna la desnutrición, es indigna la morbimortalidad infantil que supera las cifras de los países desarrollados, es indigna la existencia de enfermedades prevenibles que resultan de fallas sanitarias higiénicas elementales como el acceso a agua potable, es indigno morirse de enfermedades que se curan, es indigno no poder aliviar el sufrimiento y es indigno no recibir confort en la agonía.
El progreso alcanzable, y el ya alcanzado, en todas las áreas de la medicina ha sido espectacular sin embargo estamos lejos de que esos beneficios posibles se hayan logrado con equidad. La capacidad de los profesionales de la salud no alcanza los niveles de excelencia acordes con las exigencias de las nuevas tecnologías y los sistemas de organización médica plagan la atención médica de errores por incompetencia organizativa y por costos inaccesibles.
El número de médicos excede las necesidades de la población y como ocurre con toda oferta que excede las demandas su valor se reduce. Los médicos ven así reducido su valor, sus ingresos económicos se reducen como variable de ajuste ante los aumentos en los costos de los insumos de salud y los aumentos de costo de los insumos de su propia formación profesional conspiran contra su aspiración de calidad. El resultado es que los médicos, consciente o inconscientemente, empujados por la promoción de la industria médica multiplican la utilización de recursos técnicos que ellos mismos administran y que sirven para aumentar sus ingresos y el costo de la atención médica.
Los médicos centramos nuestros esfuerzos en todo lo que debe saberse para hacer todo lo que puede hacerse y cometer los menores errores posibles pero hemos insistido poco en hacer sólo lo que debe hacerse y abstenerse de hacer lo que no es necesario para tomar decisiones y para obtener el mayor beneficio probable para el paciente. Seducidos por la importancia de la evidencia demostrativa perdemos de vista valorar si esa evidencia es trascendente y valorar la sensatez de la aplicación de ese conocimiento.
El despilfarro médico, como en todas las otras áreas, es el gasto innecesario para cumplir objetivos sensatos. No me cabe duda que los gastos de las guerras ofensivas son intrínsecamente un despilfarro, además de un crimen, por insensatas y que insensateces mayores o menores se cumplen, se han cumplido y se cumplirán en todas las sociedades.
Son insensateces mayores las que se cometen en la educación, en la justicia y en la salud. Sin embargo no hemos escuchado nunca que los funcionarios, los maestros y los sindicalistas de la educación no sólo no alertaran sobre los propósitos de los gobernantes de destruir la educación sino que han sido sus cómplices buscando tan sólo satisfacer sus propios intereses.
Tampoco desde la justicia hemos visto luchar contra la insensatez, es la ciudadanía la que hoy les reclama sensatez como debiera reclamarla para recuperar la educación que se ha perdido y que debiera promoverse con una suerte de movimiento con el título de "SARMIENTO RECARGADO".
La pregunta que cabe es ¿porqué la medicina debería estar libre de esta insensatez y porqué debiera evitar el despilfarro?
Creo que los médicos son conscientes de la insensatez porque son soldados en el campo de batalla de la salud asisten a heridos y muertos y contemplan la devastación irracional, no son los funcionarios, ministros o secretarios, gerentes y contadores analizando sobre un escritorio papeles con números y estadísticas donde hay número de muertos o enfermos pero no enfermos ni muertos, donde hay números de costos y beneficios pero no devastación y agradecimiento. Las cifras de prolongación de la sobrevida pueden ser impactantes pero ¿qué hay de los efectos invalidantes de la edad sobre el aparato locomotor, sobre la capacidad mental y las actividades sociales?, ¿qué hay del agotamiento de las reservas económicas en gastos médicos y de los magros montos jubilatorios?
"Es cierto que los médicos sabemos que el dolor ajeno se tolera mejor que el propio, pero ya nos ha alcanzado a nosotros"
Creo que los médicos deben evitar el despilfarro porque lo han sufrido en carne propia, porque los han proletarizado formando más médicos de los necesarios, porque los han formado deficientemente, porque los han convertido en la variable de ajuste para mantener gastos constantes cuando los insumos requeridos por la terapéutica, la tecnología y la información crecen y debe mantenerse la renta de los inversores. Es cierto que los médicos sabemos que el dolor ajeno se tolera mejor que el propio pero ya nos ha alcanzado a nosotros.
Es insensato hacer creer a la gente que la lucha contra la muerte debe y puede hacerse a cualquier costo, debe comprenderse que es imposible que recursos técnicos de excepción estén al alcance de todos.
Es insensato pensar que la medicina pueda mantener los principios de equidad con una educación adecuada restringida apenas a clases sociales económicamente acomodadas.
Es insensato pensar que la tecnología será capaz de proteger a la sociedad a pesar de las fallas educativas que impiden alcanzar mejores niveles socioeconómicos, mayor comprensión y más fácil acceso a las ventajas de una vida saludable.
Quizás los médicos que están más cerca de la microeconomía que de la macroeconomía deberíamos sentirnos más proclives al principio básico de saber gastar. La riqueza que los médicos generamos para la sociedad es salud y debe ser parte de nuestro esfuerzo que esa salud se pueda distribuir equitativamente.
¿Quién es el Dr. Alberto Agrest?
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Miembro Titular de la Academia Nacional de Medicina (1995).
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Premio Maestro de la Medicina de La Prensa Médica Argentina.
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Protesorero del Consejo de Certificación de Profesionales Médicos.
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Miembro del Comité de Ética de la Sociedad Argentina de Investigación Clínica.
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Miembro del Grupo de Trabajo para la modificación curricular de la Fac. de Medicina de Buenos Aires.
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Asesor Académico del Decano de la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
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Miembro del Consejo de Administración de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires.
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Miembro Correspondiente de la Academia de Medicina de Córdoba.